viernes, 2 de septiembre de 2011

¡Cómprate un bosque y piérdete!


Te pierdes en el bosque. No recuerdas cómo volver, no sabes qué hora es, no hay nadie a tu alrededor... ¡Y no hay conexión WiFi! Únicamente te acompañan una sierra, un martillo y muchos clavos. Tienes que pasar la noche allí, y probablemente va a llover. ¿Qué haces?

En clase simplemente nos dijeron: "imaginad que estáis en el monte". Se hace difícil recrear en un instante un lugar en el que no se está, pero pronto comenzamos a notar la hierba bajo los pies, la humedad, el frescor, el sonido de los pájaros, la soledad... Comenzamos a caminar y escuchamos el crujir de las ramas secas y el ulular de algún búho expectante. Ya en situación, llega el motivo de tal recreación: construir una caseta.


Caseta, choza, chabola, cabaña... Aunque haya diferencias, llámese X. Como de costumbre, primero nos daban una clase teórica sobre lo que íbamos a hacer, lo que habían hecho el año anterior, pistas para saber cómo hacerlo bien, las limitaciones para no salirse demasiado de lo que pedían... Y después nos poníamos a devanarnos los sesos y a dibujar. Creo que el 85% de la clase (y tal vez me quede corto) hicimos prácticamente la misma caseta.



Sin embargo, la forma de unir las maderas fue única para cada caso. Con el pensamiento omnipresente de estar en un bosque, no se podían poner las cosas porque sí. La gravedad, el material fibroso, la lluvia... Había que tener todo eso en cuenta. No se podía tener un contacto directo con el suelo, sino que lo apropiado era elevar la caseta mediante estacas ancladas en el terreno a modo de pilar. El tejado tenía que realizarse de tal forma que el agua no pudiese entrar, y que no bajase directamente por las paredes. Como ejercicio, en su momento me pareció absurdo -como casi todo lo que nos proponían-, pero porque no tenía la mente habituada a pensar arquitectónicamente.


En realidad, esta cabaña fue la antesala de todos los proyectos posteriores, y sirvió para crear un hábito del modus operandi, de tener siempre viva la mente y de estar en una situación constante entre tensión y ansiedad hasta entregar la maqueta, los bocetos, los planos y todo lo demás. Lo de que nos pusieran en medio del monte representa la carencia de ayudas que estamos acostumbrados a recibir a la mínima que tenemos dudas. Dudar implica encontrar una bifurcación en el camino y querer elegir el adecuado. Es lógico, pues, que dudemos, pero no tenemos que andar siempre pidiendo la solución. Lo idóneo es que la encontremos por nuestros propios medios. 


Volviendo a la angustiosa situación del bosque. No queda otra: hay que empezar a construir ya. Así que a encontrar una unidad de medida, a acotar el suelo y a cortar madera. En realidad, mis herramientas fueron un cutter, madera de balsa, y mucha cola blanca. El resultado es el que se muestra en las fotos. No es una maravilla, pero se puede decir que tiene más vida que el 'proyecto piloto' de papel. Para darle realismo, le dibujé clavos en las zonas donde presumiblemente debían ir, aunque ahora sé que muchos de ellos no tienen razón de ser. La madera de balsa es un material muy fácil de manipular, aparentemente frágil pero con mucha resistencia. Después de un año usando cartón piedra -el anticristo maquetil-, creo que esta madera es el material que más a gusto he utilizado. Cortarla es una gozada.


Que no cunda el pánico. Ya hay refugio en el bosque, así que adiós a la intemperie. Ahora sólo falta que venga alguien a buscarte pronto, y no sé si la caseta tiene seguro anti-lobos...

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