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martes, 22 de noviembre de 2011

La representación del espacio

La representación de un espacio arquitectónico por medio de soportes que no sean la obra arquitectónica propiamente dicha siempre ha sido objeto de debates absurdos sobre cuál es la mejor forma de mostrarlo. Los planos son la herramienta básica para entender, analizar y materializar lo construido o que se va a construir, pero valerse únicamente de ellos es una práctica poco enriquecedora y no muestra un proyecto en su totalidad. Al fin y al cabo, los planos están en perspectiva cilíndrica; es decir, no están planteados como una forma de visión natural del ojo del ser humano.


Se deduce que el uso de figuras geométricas simples fue el primer paso para el desarrollo de los planos. Las primeras documentaciones proceden, presumiblemente, de Egipto, ya que no se han encontrado ejemplos de representación espacial en planos en otras culturas de la Antigüedad. Desde el apogeo de la civilización del Nilo hasta el Renacimiento, no hubo ningún consenso a la hora de plasmar el espacio en un plano. Y fue en esta época, primero en Italia y con una paulatina expansión por el resto de Europa, donde se vivió una revolución espacial.


El descubrimiento de la perspectiva facilitó la representación de la realidad de una forma más fidedigna –sin entrar en detalles sobre qué se consideraba real–. Las vistas de las fachadas podían mostrar una profundidad que antes se plasmaba exagerada e incongruente, y los volúmenes bidimensionales engañaban al ojo, haciéndole creer que lo que se veía era una extensión fuera del papel del plano original. Las técnicas de representación de la perspectiva se ampliaron y afinaron en los siglos posteriores, hasta la aparición de un nuevo punto de inflexión: la fotografía.


Para analizar un elemento arquitectónico previamente construido, la fotografía se convirtió en el medio más rápido, cómodo y eficaz de representación, pues aunaba la dimensionalidad física que se conseguía con un dibujo, y también el factor del tiempo. El instante en que se realiza la toma de la imagen es el punto de referencia de la representación, además del lugar desde donde se abre el obturador. No obstante, una única fotografía difícilmente puede representar un espacio entero, pero en una secuencia fotográfica es más factible. Y el cine, como consecución de fotogramas, es la mejor prueba de ello.



Una pieza cinematográfica tiene un comienzo y un final, y entre esos dos límites relativos al tiempo, todo lo que muestra es continuo y explícito, siempre hablando de representación arquitectónica. El espectador no tiene la experiencia total de sentir el espacio, pero puede tener una gran aproximación de lo que podría ver de una forma subjetiva. Siempre y cuando la grabación busque la completa representación de un espacio, así será concebida. Al ser secuencial, se pueden mostrar recorridos, panoramas o desplazamientos, además de alternar espacios internos, externos y, en definitiva, intentar alcanzar una fiel representación del factor tiempo en la arquitectura.


En las últimas décadas, el diseño asistido mediante programas de ordenador ha facilitado enormemente la proyección del espacio arquitectónico, tanto en dos como en tres dimensiones. La realidad virtual permite una visualización global de un edificio previamente diseñado y su total control. Además de la gran utilidad de los programas de CAD –computer-aided design–, que se han convertido en el estándar de herramienta de trabajo de muchos estudios, también se encuentran, aunque con una intencionalidad distinta, los videojuegos, que son el mejor ejemplo de la reproducción de entornos tridimensionales mediante una máquina.


Y, por supuesto, no hay que olvidarse de las laboriosas maquetas, pequeñas grandes joyas de los proyectos arquitectónicos y elementos de tránsito del papel al acero y al hormigón. Todas las representaciones mostradas en esta entrada, a pesar de ser una evolución progresiva de los métodos existentes, no pretenden desbancar a sus antecesores, sino complementarlos. De hecho, lo tendrían difícil, puesto que el plano, que fue la primera representación, siempre será la más importante

martes, 4 de octubre de 2011

La gran marginada

Hoy, 3 de octubre, se celebra el Día del arquitecto. O el Día de la Arquitectura. O el día internacional de los arquitectos. O tal vez sea de la arquitectura, sin mayúscula. Esta falta de consenso es consecuencia de la dejadez y el desinterés. El mundo arquitectónico es amplio, enorme, descomunal, pero a la mayoría de la gente no le interesa. Las artes pictóricas, el cine, el teatro, la escultura, la danza, la literatura o los videojuegos tienen cabida en nuestro día a día. Los periódicos les dedican páginas e incluso gozan de secciones enteras, la televisión los difunde, los folletos los publicitan, la gente los comenta en tertulias de bar o de camino a la universidad. Muy poca gente, desgraciadamente, habla sobre la primera de las Bellas Artes.


Lo comprendo perfectamente. No se trata de un arte mainstream, y ni siquiera se considera que sea un arte en muchos ámbitos. La relación entre el ciudadano y la arquitectura son los anuncios de inmobiliarias, las obras de la construcción de un edificio, y las fachadas que se ven por la calle. El hecho de habitar entre cuatro paredes no se tiene en cuenta. Un edificio bonito encandila, uno simplón no destaca, y uno feo horroriza. Para calificar de buena o mala arquitectura, se suele partir de la subjetiva base de la belleza. "No me gusta este edificio, es horrible... No viviría en él". Alguna vez lo habremos oído e incluso dicho. Si realmente la arquitectura interesara más allá de sacarse la foto de turno con monumentos históricos o skylines de Hollywood se tendría en cuenta que la arquitectura es el arte de crear espacios, ni más ni menos.

Y todo lo que conlleva crear espacios puede no ser arte independientemente, pero sí en su globalidad. Es como la percepción: si se toman los objetos que conforman un todo por separado no dicen gran cosa, y si se hace un conjunto de ellos, tampoco; en cambio, si el todo se concibe como algo homogéneo y unificado, entonces cambia la cosa. Tal vez por esta razón se desligara el estudio arquitectónico del academicismo de las Bellas Artes, porque requiere un proceso muy complejo creación. Aún así, como ya he venido diciendo en arquitechtechtech, el arte es arte en su definición, y todas las artes se beben unas a otras, con mayor o menor grado de ebriedad.

El sentimiento que crea disfrutar de un espacio es el que debería tenerse en cuenta a la hora de valorar la arquitectura. A pesar de ser una frase muy manoseada, lo que importa es el interior. El exterior también es importante, pero teniendo más en cuenta la relación con el entorno. No vale decir: "este edificio no pega ni con cola con los de su alrededor". Supongamos que tenemos varias líneas paralelas horizontales en una hoja, de distinta longitud. A continuación trazamos una perpendicular a todas ellas. Es rupturista, ¿verdad? Pero mantiene la armonía. Lo mismo puede ocurrir con un edificio. Pero qué le vamos a hacer, vivimos en la sociedad de la imagen, y la apariencia pretende ser el todo. Por lo tanto, se requiere cierta habilidad para descomponer la realidad y saber que no todo es pura fachada.


He terminado la entrada siendo 4 de octubre, como si el 3 hubiera pasado sin pena ni gloria. Algún colegio de arquitectos habrá celebrado pequeñas exposiciones. En algunas facultades se habrán dado charlas. Puede que alguna pequeña galería haya creado una monográfia de algún arquitecto. Pero casi nadie se habrá parado a pensar en la persona que ha diseñado su hogar, por qué unos ambientes le parecen más agradables que otros o, simplemente, por qué se iluminan las estancias. Feliz día.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

La imagen: luz en el espacio


Cuando pienso en el papel que juega la luz en la arquitectura siempre me viene a la cabeza la Iglesia de la Luz de Osaka (Japón), obra de Tadao Ando. Hablar de este arquitecto -a pesar de que no posea el título- es referirse a la funcionalidad lumínica unida con una perspectiva preciosista que incita a los fotones a no querer abandonar los espacios invadidos. Y es que la luz en la arquitectura ha de ser omnipresente.

Es más que obvio que si no hay luz no vemos. Sin embargo, no siempre se tiene la noción de que la luz permita a apreciar todos los detalles del espacio. Manipular la forma en la que incide sobre las superficies tangibles es una tarea difícil, que va más allá del propio aprovechamiento lumínico y el ahorro energético.

La luz permite captar la esencia del momento, de la escena. En eso se basa la fotografía, en capturar el instante en el que una situación es, o no es, en función de cómo esté iluminada. El momento del día y del año, la iluminación artificial, los huecos previamente estudiados o la sutileza de las sombras son variables que influyen en la percepción de un espacio, y están fundamentados en la luz.


Se suele hablar de las tres dimensiones espaciales más el tiempo, pero no se menciona nada acerca de la luz. La altura, longitud y profundidad de un espacio pueden no ser siempre como se perciben en un momento dado, ya que hay un antes y un después en la creación de dicho espacio, que terminará desapareciendo con el tiempo. La luz va implícita en la dimensión del tiempo porque no siempre es la misma, o no siempre tiene por qué estar presente. A nivel perceptivo, en cambio, habría que considerarla como uno de los factores que causan sentimientos y reacciones en el individuo que percibe el espacio

Cuando la arquitectura y la fotografía -y el cine, como consecución de fotogramas- van de la mano es cuando se entiende bien que la luz, presente o no, modifica la percepción del espacio. Sus metas son similares; mientras que en la percepción de la arquitectura no se detiene el tiempo, la imagen intenta atraparlo



miércoles, 14 de septiembre de 2011

Pornografía arquitectónica

Una de las frases que más me marcó el pasado año fue que «las revistas de decoración son pornografía». Es una afirmación llena de sorna, pero su intención no se queda simplemente en hacer gracia.


La pornografía que todos conocemos implica carencia de ropa y actos sexuales explícitos. Los dos rombos en la arquitectura, lejos de mostrar espacios exentos o estructuras al desnudo, enseña tipos de cortinas, juegos de sábanas, sillones chaise longue, combinaciones de estampados en papeles pintados, mesas de comedor... En resumen, la decoración pura y dura.

La arquitectura parece un campo ajeno a la mayoría de los mortales, pues su entendimiento requiere un largo proceso, aunque muy pocos se dan cuenta de que el espacio que conforman las paredes de sus hogares forma parte de la arquitectura. Pero no sólo los muros; la disposición y el tipo de muebles también crean arquitectura y condicionan la fluidez del espacio -no confundir con el "arte" del Feng Shui- de lo que se conoce como superficie útil, que es aquella que se puede pisar. 
¿Por qué se dice que la decoración es pornográfica? Todo depende del punto de vista. Los más puristas opinan que la arquitectura crea espacios, y que la decoración los adorna. Un arquitecto puede definir la posición adecuada de todos los muebles, pero desde su punto de vista. Al fin y al cabo, la gran mayoría de las veces, el arquitecto no va a habitar el espacio que ha diseñado. 


La decoración es la arquitectura prêt-à-porter. No todo el mundo tiene por qué estar sensibilizado con lo arquitectónico. Tabiques, vigas o ventanas son vox pópuli, pero los conocimientos teórico-prácticos de andar por casa no van mucho más lejos. Sin embargo, todo el mundo sabe si se siente a gusto en uno u otro espacio, o si una disposición mobiliaria es más cómoda que otra en función del uso diario. Por lo tanto, que la gente compre revistas de decoración es totalmente loable, y que se añadan, quiten o modifiquen disposiciones de los arquitectos también. Además, los interioristas suelen recibir una base arquitectónica lo suficientemente buena como para crear y modificar espacios de tal forma que la persona que los vaya a habitar esté conforme.


En cualquier caso, no he contado nada que cierta marca escandinava no promocione con un eslogan muy pegadizo. La arquitectura es el arte de proyectar espacios, pero el arte de habitarlos corresponde a sus inquilinos.



martes, 6 de septiembre de 2011

El 'Efecto Bilbao'


Una ciudad que sufrió una crisis industrial sin precedentes, a la que se sumó la catástrofe de las inundaciones de 1983. Un 25% de desempleo, miles de millones de pesetas en daños, fábricas cerradas, chimeneas que ya no exhalaban humo... Bilbao estaba en las últimas. Pero no le pasaría lo mismo que a Pompeya, a Babilonia o –en clave más real– a Detroit. Todas las instituciones públicas se unieron con el fin de encontrar una solución y diversificar la economía, para lograr una transición real y efectiva que diera paso a una dependencia mayor del sector servicios. Se llevaron a cabo obras faraónicas de infraestructuras –puentes, metro, tranvía, puerto exterior, aeropuerto, accesos por carretera...–, se crearon sociedades exclusivamente centradas en la regeneración urbanística –BilbaoRia2000 y BilbaoMetropoli30–, y se endeudaron hasta las cejas para financiar toda la recuperación. El apoyo de la ciudadanía fue ejemplar, a pesar del imperante escepticismo. Se pusieron en marcha proyectos para crear focos culturales, atracción empresarial y la celebración de eventos internacionales. Sin embargo, nada hubiera sido lo mismo sin el Museo Guggenheim.



Ha sido el verdadero detonante del famoso 'Efecto Bilbao'. Diseñado por Frank O. Gehry, se ha convertido en un icono del deconstructivismo y la cabeza de flecha de una ingente cantidad de nuevos edificios culturales de arquitectura singular. Recibe cerca de un millón de visitantes cada año, muestra una de las colecciones más importantes de arte contemporáneo del mundo –de la Solomon R. Guggenheim Museum Foundation de Nueva York– y genera un impacto en la economía de la ciudad vasca de decenas de millones de euros. Su coste supuso invertir lo que no se tenía y, a pesar de que las voces en contra de su construcción fueron numerosas, lo cierto es que ha sido la mejor inversión que se ha hecho en la capital vizcaína. Amortizado con creces, haciendo que millones de personas se hayan molestado en viajar hasta Bilbao, y poniéndola en el mapa, ¿qué ciudad no querría albergar un edificio así?


Está claro. Cientos de ellas. Unas cuantas solicitaron a la Solomon R. Guggenheim Museum Foundation la creación de un museo como el de Bilbao, con la firma de un arquitecto prestigioso y de aspecto singular. En Abu Dhabi ya están construyendo el hermano mayor de la pinacoteca bilbaína, y estaban a punto de construir otro en Guadalajara (México) y en Vilnius, la capital de Lituania. Pero el 'Efecto Bilbao' trasciende la condición de que tenga que haber un museo Guggenheim en una ciudad. Lo que se necesita es que haya un icono lo suficientemente potente como para crear una revolucionaria metamorfosis urbana.
Iconos hay en todas las ciudades. Londres y su Big Ben, París y su Torre Eiffel, Barcelona y su Sagrada Familia... Y son sólo los primeros que me vienen a la mente. Los iconos ayudan a identificar y representar ciudades fácilmente; son la imagen de un producto a vender. Es lo que se intentó crear con el Museo Guggenheim Bilbao, y no hace falta reiterar que se ha conseguido. Otras ciudades, en cambio, no han tenido la misma suerte.


Han creído que, por encargar un edificio de vidrio, acero o de formas imposibles, iban a catapultarse a la fama internacional. Arquitecto de fama internacional + zona degradada + gran inversión privada y sobre todo pública = salvación. Esta es la fórmula que ha dominado el panorama mundial de arquitectura icónica en la última década. El problema es que, de haber fórmula, tendría que tener muchísimas más variables. Un único edificio no regenera una ciudad entera. El Guggenheim de Bilbao es la punta de un gran iceberg sobre la ría del Nervión.


Una ciudad que no deja de ganar visitantes y premios por todo el mundo –el último ha sido el Nobel de las ciudades, el Lee Kwan Yew–, que ha sabido reinventarse y que ahora es un referente mundial de arquitectura, gastronomía, calidad de vida y saber hacer. Ahora mismo está en proceso de saber si será la capital mundial del diseño de 2014, puesto que se disputa entre Dublín y Ciudad del Cabo. Gane o no, siempre tendrá el mérito de haber creado un antes y un después en la regeneración urbana.

martes, 30 de agosto de 2011

Buscando un lugar en el mundo




Alma inquieta, buscadora de la felicidad y de nuevos mundos. Te has perdido y no sabes cómo volver. ¿Adónde? Si no perteneces a ningún lado, nunca te sentirás perdida. Inquieta pensar que hay que encontrar un lugar, el lugar, para hacer eso que unos llaman sentar la cabeza, otros, hacerse mayor. Yo lo llamo pasarse al lado oscuro.

Los marineros saben de lo que hablo. El mar es el mar, allá donde encuentre orillas. Cuando intentamos buscar el lugar adecuado en el que estar, no nos damos cuenta de que primero tenemos que perdernos totalmente y olvidarnos del invento humano de las fronteras. Siempre sentiremos algo especial por el lugar del que partimos, pero no sentir una pertenencia real nos hace exentos de cualquier enlace con un cacho de tierra. 

La arquitectura no debería pasarse al lado oscuro. A nosotros no nos queda otro remedio, si es que queremos tener un trabajo, una familia, una estabilidad económica... Pagando por ello el alto precio de los ideales que teníamos antes de hacernos mayores. Ahí está el lado oscuro, cuando desaparecen todas las luces que queríamos ver por el camino. 



Un edificio se asienta sobre una base sólida para que no se caiga, luchando contra la gravedad y las acciones externas. Y ahí es donde está su único contacto con el suelo: en el suelo. Pero el resto asciende, desciende, se mueve, recoge el espacio, lo manipula, lo transforma.  El cometido de la arquitectura es darle un lugar al ser humano para vivir o para desarrollar sus actividades. Quiere que la persona que la disfruta encuentre ese lugar tan ansiado. 

Nunca nos paramos a pensar que las paredes que ahora mismo nos rodean han sido diseñadas por una cabeza pensante cuya meta ha querido transmitir mediante lo que ha proyectado. Y si lo consigue, si realmente llega a crear un espacio en el que se pueda sentir que es un hogar, un lugar en el que estar, habrá hecho bien su trabajo. Para mí, eso es arte. 

Encontrar un lugar en el mundo no siempre implica tener que realizar un largo viaje recorriendo junglas con machete en mano o coleccionando todas las camisetas de Hard Rock Café existentes. Encontrar un lugar en el mundo se trata de seguir viendo todas esas luces que antes veíamos a pesar de estar en ese lado oscuro. Es como mirar al negro cielo nocturno sabiendo que siempre estará estrellado, por muchas nubes que lo tapen.


Alma inquieta, no dejes nunca de serlo. En las ganas de seguir buscando está la clave. Y encontrarás ese pequeño rincón en el que tan bien te sientes.

jueves, 4 de agosto de 2011

La arquitectura del cuerpo





Desde sus inicios, la Arquitectura siempre se ha mantenido fiel a un principio: la escala humana. Suena obvio, pero este concepto no se desarrolló hasta que se lo plantearon en la Antigua Grecia. No había habido una civilización que se preocupara más por la escala y las proporciones que la helena. El famoso "orden griego" que todos hemos tenido que estudiar en algún momento de nuestra vida es el mejor ejemplo.
Pero no me voy a centrar en analizar los distintos órdenes porque ya lo ha hecho mucha gente antes que yo durante siglos, y llego un poco tarde -pero igual un día le dedico un especial-.


La escala humana. Todo lo que tenemos a nuestro alrededor está adaptado a nosotros. Aunque hay cosas que podrían estar mejor adaptadas, ¿verdad?. Este tema fue muy discutido durante el Renacimiento, donde se recuperó la idea de la escala humana y se expandió. Para hacer un mundo a la medida del hombre, primero había que saber qué medida exacta tenía el hombre. Debido a que no hay un estándar del ser humano, lo buscaron. Sin embargo, lo único que encontraron fue que no había una medida estándar, sino una proporción que se cumplía en todas las personas.
Siglos más tarde, Le Corbusier, basándose en las proporciones del cuerpo humano -y centrándose en el número áureo o phi- creó su famoso Modulor.


Hace varios meses, tuve la oportunidad de ver en el Guggenheim de Bilbao, en la exposición Caos y Clasicismo, los maniquíes con los que abro el post, de la mano de Giorgio de Chirico. En todas sus obras se puede ver una sensibilidad especial por temas arquitectónicos clásicos, bajo un punto de vista metafísico.

La Arquitectura siempre ha sido, de algún modo, contenedora del ser humano. Pero, ¿qué pasa cuando es el ser humano el que contiene a la Arquitecura? Pues que surge la moda.
No hablo de la moda como algo que todo el mundo sigue hasta que aparece otra cosa diferente para que la sigan, y así constantemente. No, yo me refiero al arte de crear la imagen y envoltura de la persona, bajo los tres principios de Vitruvio -firmitas, utilitas, venustas-.

Hacer tangible algo ideado y proyectado para cubrir una necesidad espacial, estética, y que se mantenga en el tiempo. Arquitectura del cuerpo.

miércoles, 3 de agosto de 2011

¿Qué desencadenó el Postmodernismo?



Recuerdo que una de las preguntas del examen de Introducción a la Arquitectura buscaba la misma respuesta. Era del tipo de cuestiones en las que tienes que darle al coco y poner en práctica todo lo que has dado en clase, además de lo que se supone que tienes que saber por tu cuenta. La verdad es que tratamos poco el asunto, así que tuvimos que arriesgarnos y recurrir a la inventiva.

Algo parecido ocurrió en la segunda mitad del siglo XX. Tras una floreciente actividad creativa, la guerra vino, arrasó, y se fue, dejando una estela de caos tras de sí. Había que reconstruir, primero la moral, y luego todo lo demás. Los modelos de progreso sin límites se establecieron con facilidad en los países capitalistas, mientras que en los distintos regímenes que se resistían al cambio se vivió en una línea del tiempo estática.
Así pues, muchos países tomaron como referencia la Carta de Atenas, clara utopía urbana que se aplicó en varias ciudades. Seguir con los valores de las décadas anteriores al desarrollismo parecía una evolución lógica y necesaria, pero lo cierto es que ya se estaban gestando otras corrientes de pensamiento que chocaban con el concepto de modernidad. La sociedad era distinta, más consciente que nunca de su condición de global -y lo que le quedaba por globalizarse-, así que, poco a poco, fueron cambiando las prioridades arquitectónicas, realistas y acordes a esta sociedad, y apareció lo que ha llegado hasta nuestros días y que muchos denominan Postmodernismo.


Abarca muchos movimientos, otros movimientos parece que lo abarcan, e incluso todavía hay críticos que opinan que no existe realmente una corriente concreta que pueda denominarse Postmodernismo. En mi opinión, ahí radica su carácter. Lo puede ser todo y también puede ser absolutamente nada. El Postmodernismo mezcla historicismo con nuevas ideas, búsquedas del futuro y del pasado, que se juntan y paralizan en el tiempo. Para comprobarlo, no hay más que darse un paseo por los barrios construidos a partir de los años 1970 en cualquier ciudad española, y también en zonas eminentemente históricas -ensanches decimonónicos, cascos antiguos...-. El Posmodernismo, bajo mi punto de vista, es inclasificable, pero no incomprensible.