Desde la apertura del titánico Museo Guggenheim Bilbao a orillas del Nervión, allá en el lejano 1997, la pinacoteca no ha dejado de adquirir obras. El queridísimo ‘Puppy’ de Jeff Koons o la retorcida araña ‘Mamá’ de Louise Bourgeois son los ejemplos más vistosos, pero no son más que la punta de un iceberg escondido bajo el apacible estanque del edificio diseñado por Frank Gehry. La colección propia del Guggenheim Bilbao no para de crecer y, con cada nueva incorporación, su identidad y carácter quedan más definidos.
Por supuesto, sería absurdo gastar millones en un Chillida o un Warhol para tenerlos guardados bajo llave hasta el fin de los tiempos, así que los comisarios han diseñado una serie de exposiciones temáticas con obras que son pequeñas embajadoras del arte contemporáneo mundial. Desde el 15 de noviembre del pasado 2011, y hasta el 28 del presente 2012, “Selecciones de la Colección del Museo Guggenheim Bilbao II” muestra la segunda parte de una exposición de ocho obras centrada en la reivindicación social y los temas más recurrentes que han marcado las últimas décadas del siglo XX.
‘La señora Lenin y el ruiseñor’, que sirve de entrada cronológica de la pequeña selección, es una inquietante serie de 16 lienzos al óleo de gran tamaño colgados del revés y que cuentan con los mismos elementos: dos hombres –uno vestido de mujer– sentados en postura de conversación, con las manos reposadas y los penes erectos. Baselitz, el autor, ridiculiza las figuras de Lenin, a quien se le atribuía un gusto por el travestismo, y de Stalin, quien era conocido por su armoniosa voz. Cada cuadro cuenta con títulos enigmáticos y cargados de mensajes ocultos, que hacen referencia a conocidos artistas como Mondrian, de Kooning o Chapman. Toda la serie pictórica abarca la ortogonal sala 103.
Al otro lado del atrio –claro homenaje a los cruceros catedralicios– la exposición sigue intentado cautivar al espectador con una mezcla equilibrada de escultura, pintura y material audiovisual. A través de la puerta izquierda de la sala 105, en un gran espacio diáfano, ‘Las célebres órdenes de la noche’ de Kiefer acapara toda la atención de quien reposa su mirada en su emulsión de acrílico sobre lienzo. Espiritualidad, misticismo, posguerra... Hay muchos términos para describirlo, pero hay uno en especial que capta toda su esencia: soledad. Casi cinco metros de cuadro, con un cielo estrellado que empareda a un cuerpo inerte contra un suelo coagulado. Según Kiefer, es la viva imagen de una herida que cicatriza lentamente, haciendo alusión a la etapa posterior a la Alemania nazi.
También de Kiefer, ‘Tierra de los dos ríos’ sugiere un paraje hostil salpicado de masas de agua. A ambos lados, dos carteles: Tigris y Éufrates. No hacen falta más elementos para darse cuenta de que el autor ha hecho un retrato de Mesopotamia, una cuna de civilizaciones, y que está buscando en el pasado claves para poder entender su presente.
Junto a las obras de Kiefer, escondida tras un muro de pladur, una sala rectangular da cobijo a ‘Demasiado tarde para Goya’, un conjunto creado por el catalán Francesc Torres y que está formado por seis imágenes, un grabado de Goya, un televisor y un chimpancé sentado en una silla de más de dos metros de alto que da vueltas. Las imágenes, proyectadas sobre la pared, son un resumen de acontecimientos importantes del siglo pasado –La Revolución Rusa, la toma de poder de Hitler, la Conferencia de Yalta, la fundación de Israel, la Guerra de Independencia de Argelia y el ascenso de Gorbachov–. Los rayos catódicos del televisor emiten constantemente el canal de noticias de la CNN+, que sirven como punto de referencia de los hechos actuales. Curiosamente, todas las noticias guardan alguna relación con las imágenes proyectadas. El pequeño grabado de Goya, ‘Los caprichos’, cuelga de una pared al fondo de la sala, levemente iluminado. El simio que oscila sobre la desproporcionada silla es el testigo silencioso de todos los sucesos.
El artista griego Kounellis da continuidad a la selección de obras con 13 paneles de acero que cuelgan de la pared de la 105. Cada panel porta sacos de arpillería repletos de carbón. La repetición de los elementos en cada panel es, según el autor, una reivindicación del fuego prometeico y sugiere una atemporalidad. La obra escultórica se enmarca en el arte povera –arte pobre– que se vale de elementos de baja calidad.
El arte povera se refleja también en ‘Círculo de Bilbao’, del inglés Richard Long. La gran superficie que abarca esta obra obliga al espectador a rodearla. A medida que va caminando, recrea los largos paseos que Long realiza a través de los campos ingleses y es una forma de relacionar el entorno con el ser humano. Cientos de piezas de pizarra de Delabole (Cornualles) forman el conglomerado circular, que también homenajea a los famosos círculos de los sembrados atribuídos a seres de otros mundos.
Gerard Richter intenta engañar al público con ‘Marina’, una tranquila imagen de una ola que acaba de romper contra la orilla del mar. Aparentemente se trata de una fotografía, pero, a medida que se le dedica tiempo en su observación, se ve que se trata de un óleo sobre lienzo. A Richter le gusta que el espectador se pierda en la difusa frontera que hay entre la realidad y la abstracción.
Para finalizar, una minúscula sala –en comparación con la inmensidad del resto de espacios del museo– ofrece una colección de más de 2200 pequeñas fotografías antiguas de rostros en blanco y negro, levemente iluminados por bombillas que cuelgan del techo a modo de lianas. ‘Humanos’, de Boltanski, es el ejemplo de la naturaleza transitoria del ser humano y un recordatorio de la memoria colectiva a través del individualismo. Según Boltanski, “odiamos ver a los muertos, pero les amamos”.
Que casualidad que hace unas semanas fui al Guggenheim! Tenía una espinita clavada de "La Materia del Tiempo" desde el año pasado y por fin me la he sacado...
ResponderEliminarGenial la entrada, has conseguido aclararme unas cuantas cosillas que no entendía muy bien de las exposiciones (bien porque no me leí los carteles, o porque no estaba por la labor de pensar).
Al volver a casa me extrañé porque la obra de Serra era lo que más ganas tenía y no fue lo que más me impresionó.
Ha sido la primera vez que he ido al Guggen teniendo "uso de razón" y volví encantado. Lo único malo fue que se me hizo muy eterno, pero reconozco que fue mi culpa y debería haber ido un par de semanas antes.
Igual hasta me vuelvo a pasar cuando acabe los exámenes, jajaja ;)
Jajajaja muchas gracias :) La verdad es que esto lo he ido averiguando tras haber ido unas cuantas veces e investigar un poco de cada obra (por suerte no son muchas en esta exposición). Siempre que voy al Guggen me gusta corretear por 'La Materia del Tiempo' más que nada por tradición, y cada vez que lo hago siento una cosa distinta (también depende de cuánta gente haya, porque si está invadido no se puede hacer a gusto :P). Así que te recomiendo que vayas más veces y lo pruebes, porque seguro que al final te acaba envolviendo :)
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