Hoy, 3 de octubre, se celebra el Día del arquitecto. O el Día de la Arquitectura. O el día internacional de los arquitectos. O tal vez sea de la arquitectura, sin mayúscula. Esta falta de consenso es consecuencia de la dejadez y el desinterés. El mundo arquitectónico es amplio, enorme, descomunal, pero a la mayoría de la gente no le interesa. Las artes pictóricas, el cine, el teatro, la escultura, la danza, la literatura o los videojuegos tienen cabida en nuestro día a día. Los periódicos les dedican páginas e incluso gozan de secciones enteras, la televisión los difunde, los folletos los publicitan, la gente los comenta en tertulias de bar o de camino a la universidad. Muy poca gente, desgraciadamente, habla sobre la primera de las Bellas Artes.
Lo comprendo perfectamente. No se trata de un arte mainstream, y ni siquiera se considera que sea un arte en muchos ámbitos. La relación entre el ciudadano y la arquitectura son los anuncios de inmobiliarias, las obras de la construcción de un edificio, y las fachadas que se ven por la calle. El hecho de habitar entre cuatro paredes no se tiene en cuenta. Un edificio bonito encandila, uno simplón no destaca, y uno feo horroriza. Para calificar de buena o mala arquitectura, se suele partir de la subjetiva base de la belleza. "No me gusta este edificio, es horrible... No viviría en él". Alguna vez lo habremos oído e incluso dicho. Si realmente la arquitectura interesara más allá de sacarse la foto de turno con monumentos históricos o skylines de Hollywood se tendría en cuenta que la arquitectura es el arte de crear espacios, ni más ni menos.
Y todo lo que conlleva crear espacios puede no ser arte independientemente, pero sí en su globalidad. Es como la percepción: si se toman los objetos que conforman un todo por separado no dicen gran cosa, y si se hace un conjunto de ellos, tampoco; en cambio, si el todo se concibe como algo homogéneo y unificado, entonces cambia la cosa. Tal vez por esta razón se desligara el estudio arquitectónico del academicismo de las Bellas Artes, porque requiere un proceso muy complejo creación. Aún así, como ya he venido diciendo en arquitechtechtech, el arte es arte en su definición, y todas las artes se beben unas a otras, con mayor o menor grado de ebriedad.
El sentimiento que crea disfrutar de un espacio es el que debería tenerse en cuenta a la hora de valorar la arquitectura. A pesar de ser una frase muy manoseada, lo que importa es el interior. El exterior también es importante, pero teniendo más en cuenta la relación con el entorno. No vale decir: "este edificio no pega ni con cola con los de su alrededor". Supongamos que tenemos varias líneas paralelas horizontales en una hoja, de distinta longitud. A continuación trazamos una perpendicular a todas ellas. Es rupturista, ¿verdad? Pero mantiene la armonía. Lo mismo puede ocurrir con un edificio. Pero qué le vamos a hacer, vivimos en la sociedad de la imagen, y la apariencia pretende ser el todo. Por lo tanto, se requiere cierta habilidad para descomponer la realidad y saber que no todo es pura fachada.
He terminado la entrada siendo 4 de octubre, como si el 3 hubiera pasado sin pena ni gloria. Algún colegio de arquitectos habrá celebrado pequeñas exposiciones. En algunas facultades se habrán dado charlas. Puede que alguna pequeña galería haya creado una monográfia de algún arquitecto. Pero casi nadie se habrá parado a pensar en la persona que ha diseñado su hogar, por qué unos ambientes le parecen más agradables que otros o, simplemente, por qué se iluminan las estancias. Feliz día.
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