lunes, 16 de enero de 2012

Crónicas de un ladrillo



Tal vez no lo sepas, pero las paredes hablan. A pesar de su inquebrantable mutismo y su aparente estoicismo, lo cierto es que son testigos de todas las cosas que les suceden a las personas, tanto dentro como fuera de un espacio. Y, aunque últimamente el Pladur nos haga competencia, lo cierto es que nosotros, los ladrillos, llevamos miles de años guardando los secretos de la humanidad en un silencio perpetuo



En cualquier caso, yo no soy tan viejo. Mi venida al mundo fue hace algunos años, cuando a las personas les entró la fiebre de construir torres de veinte plantas a pie de playa. Sin embargo, yo no tengo la suerte que tienen otros colegas de poder ver el mar (a pesar del salitre que nos deja hechos polvo, pero merece la pena). Mi residencia se ubica en uno de esos nuevos ensanches modernos que están a las afueras de las ciudades del interior. Todas las mañanas me despierto con la misma imagen: campos de cereales. En primavera está todo de un verde precioso, y en verano, los cultivos dorados se funden con el sol de poniente. Tengo la suerte de vivir de cara al oeste, porque no soy nada madrugador. 



La vida de un ladrillo es muy dura. Antiguamente, y debido a la falta de materiales duros, nos hacían de barro y nos cocían para endurecernos. Eso se puede soportar, pero al de unas cuantas lloviznas, nos desmoronábamos. Por suerte, las generaciones venideras hemos mejorado la especie. Ahora, aguantamos temperaturas mucho más altas para ponernos como una piedra, y nuestra capacidad para soportar grandes pesos es mayor. Tal vez el proceso de creación primigenio fuera más llevadero, pero la forma de fabricación actual, si bien es más dolorosa, da mejores resultados. 

A veces me gustaría ser un ladrillo independiente. No es porque no me caigan bien los miles de colegas por los que estoy rodeado, pero me gustaría ser un ladrillo viajero. Muchas veces me quedo mirando al horizonte y me pregunto qué es lo que habrá más allá. Mi función se limita a ser un ladrillo caravista, aunque no creas que con muchos lujos. Pienso que tal vez me hubiera ido mejor perteneciendo a un tabique, o incluso robándoles protagonismo al acero y al hormigón y convertirme en parte de la estructura.



Sé que hay lugares en los que a los ladrillos se los aprecia mucho. Aquí, en cambio, te ven por la calle y pasan de ti, o como mucho, te dedican comentarios como "¡qué feo queda el ladrillo caravista!" o "la fachada de este edificio es muy sosa". Yo me hago el duro, pero en el fondo estoy hecho de arcilla, y me duele. Si vivera en zonas donde tener una vivienda es lujo de unos pocos, seguro que me sentía el ladrillo más deseado del mundo.

Mi futuro es muy incierto. Doy gracias por poder estar en una fachada y tener una función, porque tengo conocidos que aún están empaquetados, a la espera de que la crisis inmobiliaria cese de una vez. Me gustaría formar una familia y que me dieran un lavado de cara, pero todavía queda mucho para eso. Ahora lo que se lleva es recubrir los edificios de muros cortina, y que conste que no tengo nada en contra del vidrio, pero no creo que nos llegue a sustituir de forma global.


Siendo un ladrillo he aprendido que, por muchos golpes que te de la vida, hay que saber amortiguarlos y aprender de ellos. Además, sé que siempre contaré con el apoyo de mis colegas, a los que estoy fuertemente unido a través de una gruesa capa de cemento. Si me ves por la calle, ¡espero que te dignes a saludarme!


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