En noviembre, los árboles enseñan su color tostado, el sol empieza a salir menos, y las heladas se hacen cada vez más frecuentes por la noche. La antesala del invierno, al menos para el hemisferio norte, es un mes de transición en el que el recuerdo del calor estival es cada vez más vago.
Un destino para disfrutar del otoño es la Borgoña, una región del centro de Francia que se caracteriza por su buena gastronomía, sus monumentos medievales y sus canales. Y es a través de estas construcciones artificiales por donde mejor se puede apreciar el encanto de las campiñas y los viñedos, que en noviembre adquieren un intenso dorado.
Qué ver: en siete días se pueden recorrer los canales de Borgoña, construídos a comienzos del siglo XIX y que pasan por Dijon, la capital de la región. Esta ciudad tiene un precioso casco antiguo gótico que se aprecia muy bien desde la torre de Philippe le Bon, aunque lo más representativo es su gastronomía, siendo uno de los centros del comer más importantes de Francia.
A lo largo de los 242 kilómetros que forman el canal de Borgoña, se pueden apreciar las villas y las aldeas que tradicionalmente han vivido de las vías fluviales construidas. Tanto si se va en un pequeño crucero como en una barca por cuenta propia, merece la pena apearse de vez en cuando en los pueblos y disfrutar de su ambiente y su bucólico paisaje, además de la cantidad de castillos que salpican la geografía borgoñona.
Además, esta región es conocida por el buen vino que los tan bien cuidados viñedos ofrece. En noviembre, en Beaune, se lleva a cabo una subasta vinícola en el Hôtel Dieu, una maravilla de edificio de tejado multicolor que marcó un estilo en construcciones posteriores –como en el hospital de Basurto, en Bilbao–.
Qué comer: la región de la Borgoña es famosa dentro y fuera de las fronteras francesas por su gastronomía. Entre sus platos, destacan el boeuf bourguignon –buey borgoñón– con carne de charolais, los escargots á la bourguignonne –caracoles a la borgoñesa– con setas silvestres o el coq au vin –pollo al vino–. Y es que el vino es una constante en estas tierras, y variedades como Chablis o Côtes de Nuits son caldos de gran reputación.
Cómo llegar: el medio más rapido para llegar es volando hasta el aeropuerto de Dijon. Si se opta por ir en coche, el viaje ronda las 9 horas desde la frontera con Francia en Hendaya y 7 desde Figueras.
Recorrido: lo más recomendable es que, una vez en Dijon, se vaya a Sens para empezar el recorrido a través del canal. En Tonnerre se verán los famosos viñedos en la ribera, en Montbard y sus alrededores se podrá visitar el Château d'Ancy-le-Franc o la abadía de Fontenay –monumento cisterciense más antiguo de Francia–, y en Beaune se puede disfrutar de toda la actividad vinícola de la ciudad. El final del recorrido está en Dijon, que merece varios días de visita. En un total de siete días se puede hacer el viaje cómodamente.
No olvidar: la estrella gastronómica de Dijon, la mostaza, elaborada con el jugo de las uvas verdes, es un producto de compra obligada. Además, hay que tener en cuenta que Borgoña fue la cuna de la orden del Císter, por lo que cualquier edificio religioso, desde las catedrales góticas hasta las pequeñas iglesias, es un pedazo de historia de la Edad Media en Francia y también en Europa.
Fuente: Lugares que no puedes dejar de visitar, de Craig Doyle.
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